A lo largo de la biografía de cualquier ser humano las mudanzas son momentos de cambios y representan una crisis que puede permitir crecimiento, maduración, estrés o shock traumático. Ello dependerá de la fortaleza o debilidad con la que se cuenta para afrontar cambios, crisis o situaciones dolorosas. Los procesos de adaptación son únicos y necesitan de una gran capacidad de transformación y resiliencia.
Las situaciones de desalojos violentos o cambios de hogar por razones de fuerza mayor, no serán considerados en este artículo como “mudanzas”. Nos ocuparemos aquí de aquellos cambios de hogar que son planificados y que representan cambios positivos, pero que pueden convertirse en trauma para un niño pequeño.
Si bien una mudanza planificada representa un progreso a nivel familiar: una nueva casa más amplia, más cómoda, nueva, recién pintada etc.; también posee la connotación del esfuerzo, lo cuál implica desde la adquisición del inmueble (compra, alquiler, construcción, remodelación, papeleos etc.) hasta embalar, desempacar y organizar estructuralmente en el nuevo mobiliario.
¿Cómo vivencia el niño la situación de mudanza? El niño lo experimenta como una crisis. Si bien en toda la biografía de un ser humano hay muchos momentos de crisis que traen cambios, lo que aquí destacamos es cómo se vivencian y experimentan para que no se transformen en un trauma, dejando así una huella de shock, de frío intenso y de oscuridad que luego se dificulta iluminar.
La casa u hogar para un niño es la extensión de su propio cuerpo. La primera memoria del pequeño es la de lugar, es la representación y significación de los lugares de la casa, la disposición de la misma y la organización rítmica.
Tenemos aquí el cuerpo físico como tal: las cosas, los objetos, los muebles y su lugar en el hogar. Como por ejemplo: “este es el jardín”, “esta es la puerta de entrada a mi casa”, “aquí está la cocina donde hay elementos para cocinar y las sillas para sentarse a comer”, etc., y llegando a la proximidad del niño este se dice: “este es el lugar de mi cama, aquí está el ropero y mi ropa, la muñeca siempre está cerca de este lugar, o en su cunita o en la cama”. El lugar de los juguetes, la ventana e incluso la lámpara del techo, todo dispone al niño de una estructura que no se mueve, siempre está y esto brinda CONFIANZA. Les muestra que la vida continúa, que sigue un curso estable y que no hay nada que temer.
Esto representa la primera memoria del bebé, cuando hay una estabilidad y orden en el inmueble-casa (paredes y ventanas) y en los muebles u objetos que hay en ella. Cuando la casa se encuentra en construcción o demolición y reestructuración también provoca cambios, crisis o inestabilidad, a ello lo veremos más adelante.
En síntesis mi morada corporal se extiende a la morada representada por el hogar. El niño dice: “confío que así como mi piel me protege y mi cuerpo se cobija, igual lo hacen las paredes y techo de mi hogar”.
El cuerpo etérico del hogar es la organización familiar, la disposición de las habitaciones y como o por quienes son habitadas, los horarios y ritmos. El ritmo diario, semanal y anual del hogar fortalece la segunda memoria, la de procesos, organización. Esto fortalece aún más el sentimiento de SEGURIDAD del niño, pues cuando esta organización es lo más estable posible, el niño recibe nuevamente el mensaje de continuidad de la vida, de que cada día comenzamos desayunando, vamos al jardín, volvemos, comemos, jugamos, cenamos y luego nos vamos a dormir.
Cada lunes comenzamos el jardín para luego llegar al sábado, domingo y descansar.
Cada invierno vamos a la escuela, para luego cada verano irnos a aquella casa de campo de todos los veranos, la casa del abuelo, la de los primos, la que alquilamos. Aquí cabe destacar la importancia de poder llevar a los niños pequeños cada verano al mismo lugar y no variar de ciudad en ciudad o país en país.
El tipo de alimentación, el consumo de pantallas, la presencia o no de padres (de los que trabajan y de los que no trabajan) los horarios, las rutinas, los momentos de bañarse y cambiarse, los momentos de compartir almuerzos, plazas, paseos. La modalidad para irse a la cama y la cantidad de horas que duerme el niño hace y conforma esta segunda memoria, la que se vive a través de procesos y es fortalecida a través de ritmos estables que brindan seguridad.
Aquí podemos vislumbrar como la calidad de estos ritmos y procesos brindaran al niño la cualidad del calor. Este se dice “me siento seguro de habitar este hogar, es lindo vivir aquí”.
De la organización física, de la calidad, cualidades de los ritmos del hogar y la forma en que nos relacionemos, hablemos, nos movamos y expresemos, va a afectar en gran medida a la predisposición anímica emocional del niño. Es decir, la forma de moverse de los padres, los gestos, la calidad y cualidad en las miradas, en las palabras, en la manera de relacionarnos, de dialogar, etc.
El niño pequeño se encuentra muy ligado a los sentimientos y emociones de ambos padres, por ello es de gran importancia que estas relaciones estén impregnadas de confianza, amabilidad, escuchas atentas y respetuosas. El pequeño imitara corporalmente no solo las formas de moverse de ambos padres, sino también la forma de hablar, de relacionarse, de tratar a los objetos, a las personas, animales y plantas que nos rodean.
El cuerpo expresa las emociones del alma del hogar, las vivencias y experiencias son penetradas en él, por ello cada situación vivida emocionalmente conforma y modela su ser.
Desde estos tres cuerpos, ¿cómo podemos colaborar a que una mudanza sea una crisis que traiga cambios, adaptarnos a ellos y resultar fortalecidos?
En este momento debe primar la alegría. Por ello recomiendo:
El niño va necesitar de un período de adaptación al nuevo hogar. Los cambios merecen tiempos de acomodo, escucha atenta y presencia plena del adulto para aceptar que lo que pertenecía al cuerpo del niño fue modificado y es muy probable que el pequeño al comienzo se sienta incomodo en él, como cuando nos compramos zapatillas nuevas y nos salen ampollas al comenzar a caminar con ellas. El niño siente pequeñas incomodidades y por lo general las manifiesta en el plano anímico. Lo podemos ver angustiado, desganado o su polaridad nervioso inestable agresivo.
Toda expresión de emoción de incomodidad (tristeza, llanto, enojo, ira, etc.) debe ser escuchada, recibida y metamorfoseada en la mirada amorosa y atenta del adulto. Los berrinches o caprichos son la expresión por excelencia a estas incomodidades y en principio son necesarias. Gritos, peleas, querer cosas que antes no quería (como jugar con agua en invierno, o el celular de mamá, etc.) son típicas en estos casos.
Simplemente para recordar y atendiendo a este cuidado que necesitan nuestros niños: las VACACIONES son a menudo pequeñas mudanzas, que si bien no debieran generar daños, en muchos niños sensibles a cambios y adaptaciones generan movilizaciones internas. Por ello recomiendo que las vacaciones de niños pequeños de entre 0 a 7 años se realicen siempre al mismo lugar. Esto no sólo genera un sentimiento de seguridad, sino que fortalece en gran medida a la capacidad de memoria, debido que de grandes recordaremos aquel lugar de infancia al que cada año volvíamos llenos de alegría y plenitud. Lejos están de este sentimiento aquellos hijos de padres que quieren conocer el mundo y viajan año tras año a distintos orígenes, países y ciudades para visitar pero desconociendo que el niño cuando llega a adaptarse… ya es hora de volver.
PLANIFIQUEMOS, no temamos a ser demasiado ordenados o cautelosos, planificar con alegría aleja los miedos. Pidamos AYUDA, ya que cuando uno se encuentra en situación de crisis o cambios como este las ayudas, ya sean rentadas o de seres queridos, harán que el proceso sea más ameno y cálido.
Un niño al que se le brinda lo que realmente necesita, no va ser un adolescente “tonto”, “caprichoso” o “débil”. Sino un joven que va saber para qué vino a este mundo y cual es su verdadera y única misión en él.